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Resistencia, autonomía, lucha y territorio son términos que han circulado entre las exposiciones y ponencias de los dos días de trabajo del IV Foro Andino Amazónico de Desarrollo Rural.

Este evento reunió a una serie de actores, entre productores, organizaciones campesinas, indígenas, universitarios, técnicos de desarrollo y otros del ámbito boliviano; además, se contó con la participación de académicos, activistas y líderes indígenas de Brasil, Argentina, Paraguay, Perú, México y Colombia. Todos ellos abordaron diversos aspectos del mundo rural y las posibilidades de campesinos, indígenas y afrodescendientes para desarrollar sus sistemas productivos y sistemas de vida.

La agroecología, según Paulo Petersen de Brasil, lejos de ser una propuesta simplemente agronómica, vincula las luchas que se hacen desde lo micro, desde la parcela al globo, al resto de la sociedad y traspasa fronteras. El especialista representante de la Articulación Agroecológica, explicó que sólo los esfuerzos expresados en trayectorias de vida familiares contienen los elementos que hacen posible su autonomía y seguramente su emancipación. Comprendiendo la agroecología como la disputa, no sólo por la propiedad de la tierra, sino como la disputa de los modelos productivos, el análisis que coadyuva a campesinos e indígenas, recae en temas puntuales para debatir con los Estados sobre políticas públicas.

Por su parte, Lucila Quintana del Perú, como representante de Convención Nacional del Agro Peruano (CONVEAGRO) manifestó sobre la necesidad de información, respaldo y reconocimiento que requieren los sectores que promueven la agricultura familiar. Sería el caso del sector cafetalero, al que Quintana pertenece y que participó de la movilización de la demanda del Censo Agropecuario en su país. Este censo habría colaborado en caracterizar el mundo rural y las múltiples desventajas que tienen que sobrellevar los pequeños productores para promover la agricultura familiar, que significa el 83% de toda la agricultura que significa más del 90% del total de unidades productivas y produce al menos dos tercios de la alimentación para la población, no obstante cuenta con sólo 48% de la superficie cultivada, en cambio, otro tipo de agriculturas ocupa la mitad de la superficie cultivable, pero no aporta ni un tercio de la alimentación para la población. Alertada, Quintanilla explica que la tendencia al minifundio expone la falta de inversión y políticas públicas necesarias para alimentar un mundo rural productivo y propositivo.

Desde Bolivia, Pamela Cartagena brindó una serie de datos provenientes del Censo Agropecuario y los estudios que CIPCA realiza a partir de su cobertura técnica. Explicó que se debe entender la producción agropecuaria como un proceso de adaptación a las condiciones materiales y naturales, pero también avances en el uso de tecnología según las oportunidades de las comunidades.

En términos absolutos, la población rural no ha disminuido, se ha mantenido y en verdad, no ha crecido al ritmo de la población urbana, y entre otras razones porque esta población rural productora, accede de manera desventajosa a la tierra. El 59% de las unidades productivas tienen superficies menores a 5 ha, y 91% del total de unidades productivas del país son pequeñas unidades en relación a su acceso a tierra.

Los rubros productivos que se han incrementado son los cereales y oleaginosas, de éstas, principalmente la soya, están llegando a 2 millones de ha en detrimento de tubérculos, hortalizas, y otros alimentos, que no muestran incrementos en superficies cultivadas. A la vez, en los últimos 30 años se han perdido 5.5 % de superficie de bosques, principalmente en el área donde se produce la agricultura mecanizada, los departamentos de Santa Cruz, Beni y Pando.

Refiriéndose al estudio de Ingreso Familiar Anual (IFA) que CIPCA promueve cada 5 años, en diferentes lugares de su cobertura institucional en seis departamentos de Bolivia, Pamela Cartagena, afirmó que el ingreso de las familias del área de cobertura se ha incrementado en los últimos 10 años. Aunque esto no es una generalidad en el país, el trabajo constante entre promotores técnicos y familias agricultoras, permite visualizar el horizonte de un mejor modelo productivo; es por tanto, una alternativa para las comunidades y debería ser visto como un potencial.

La valoración y reconocimiento al trabajo agropecuario que realizan campesinos e indígenas en Bolivia y la región sudamericana, es una búsqueda permanente, no sólo de parte de instancias públicas, sino de parte de toda la sociedad. Los alimentos, la disponibilidad de recursos naturales y un futuro para las nuevas generaciones de todo el planeta, están en manos de campesinos e indígenas que promueven modelos de desarrollo propios y alternativos a la acumulación y extractivismo.